BUDA GORDO, BUDA FLACO

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BUDA GORDO, BUDA FLACO

En el imaginario popular costarricense, poseer una figurita de buda se considera un amuleto de buena suerte, sobre todo si se coloca en un negocio, como en una tienda o en un restaurante. Su poseedor se beneficiaría de muchas riquezas, de finanzas saludables, de flujo constante de dinero y de otros tesoros materiales, pues en la cultura china esta estatuilla atrae la prosperidad. Y si funciona para los chinos, ¿por qué no iba a funcionar para los ticos?

Entonces la primera imagen que viene a nuestra mente es la de un hombre gordo, de prominente papada y abdomen, calvo, de enormes orejas y siempre sonriente. A veces está de pie, a veces está sentado o reclinado, y casi siempre lleva consigo algún atributo que lo distingue: un saco, un lingote, unas monedas, un parasol, una esfera, un rosario, un calabazo, un cetro y hasta puede estar rodeado de niños.

Cambiemos el escenario: si por ejemplo asistimos a una clase de yoga, entramos a un restaurante vegetariano o visitamos un jardín japonés, posiblemente observaremos pequeñas esculturas o retratos de alguien a quien también llaman buda. Y lo más desconcertante es que no se parece en nada a la feliz y obesa figura china. Es más bien, delgado, de mirada serena o simplemente con los ojos cerrados, con sus manos en variadas posiciones, con ropaje sencillo. Y este buda sí tiene cabello, aunque comparte con su homólogo unas largas orejas.

Entonces, ¿se trata del mismo buda? La respuesta es simple: no. Son personajes distintos, ambos nacidos en Oriente, pero con orígenes y mitologías muy diferentes.

Comencemos hablando del “Buda Gordo”. También es conocido con su nombre en sánscrito: Maitreya, lo cual quiere decir “el Misericordioso”. Siempre está representado como un monje Mahayana: fuerte y calvo, con el pecho y el abdomen superior expuestos a la vista. Su cara tiene una expresión de risa, de ahí su nombre de Buda Sonriente. Se acostumbraba colocar su figura cerca de las entradas de los templos budistas para dar la bienvenida a los fieles.

Su versión japonesa se llama Hotei. Es uno de los siete dioses japoneses sintoístas de la suerte. Representa la felicidad, la risa y la sabiduría. También muestra su redondo estómago expuesto bajo una túnica. Esa gran barriga simboliza suerte y generosidad. Lleva el saco lleno de tesoros y regalos de buena fortuna, por eso allí también se le considera como dios de la prosperidad. Pero en Japón, el buda gordo fue tan popular como lo ha sido en China y más recientemente en Occidente.

En el budismo chino, al buda gordo se le conoce como Budai, el “Amante” o el “Amistoso”. Era un monje budista errante llamado Chan, que vivió en el siglo IX. A su muerte, recitó un poema en el cual revelaba al mundo que en realidad era el Bodhisattva Maitreya disfrazado. Creen los budistas chinos, que se trata del buda del futuro, que regresará al mundo y salvará a la humanidad.

Según la leyenda, debería aparecer en unos 5000 años. Maitreya es, por lo tanto, el esperado Mesías de los budistas, que se encargará de la propagación de la fe budista. Por eso su  nombre significa gentileza o amabilidad. Este concepto de esperanza para el sufrimiento, combinado con las agradables características humanas de Budai, lo convirtieron en la deidad budista más popular. No fue hasta el siglo XVI que fue reconocido como el último Bodhisattva chino.

Volviendo al presente: ¿Quién no ha frotado la “panza” del buda para que le “traiga plata”? ¿Quién no ha puesto un billete de lotería bajo sus pies acertar el número ganador? ¿Quién no ha puesto arroz, maíz, frijoles lentejas u otras semillas como ofrenda para que nunca falte el alimento en la casa? ¿Quién no le ha encendido una vela o quemado un incienso en su honor para mejorar los negocios? Estamos seguros que muchos de nosotros lo hemos hecho o conocemos a alguien que ha seguido alguno de estos rituales populares.

 

Ahora que ya sabemos de dónde proviene el “Buda Gordo”, vamos a aclarar cómo aparece el “Buda Flaco”.

Buda, “El Iluminado”, es el nombre que se le dio a Siddhartha Gautama, fundador del budismo. Gautama, quien vivió alrededor del año 560 A.C., era príncipe de los shakyas, un grupo étnico que ocupaba el norte de la India y parte de Nepal. Se dice que nació de forma milagrosa del costado de su madre mientras ésta abrazaba un árbol; Brahma y los demás dioses recibieron a la criatura. Según el mito, el niño dio siete pasos y manifestó que era su último nacimiento.

Creció rodeado de lujos en el palacio de su padre, el rey Shuddhodhana. Se casó y tuvo un hijo. Un día, mientras paseaba en su carroza a las afueras del castillo, descubrió la enfermedad y la muerte, por lo que decidió buscar la iluminación. Después de siete años, un día Gautama se sentó bajo el árbol que después se conocería como el árbol bodi o de la Iluminación, hasta que comprendió el sufrimiento humano. Mara, la diosa de la muerte y del deseo, lo abrumaba con distracciones terrenales, pero fue en vano. Después cuarenta y nueve días Gautama logró la iluminación, entonces se convirtió en Buda.

Los primeros escritos budistas relatan la búsqueda de Gautama de la iluminación y de la liberación del ciclo eterno del nacimiento, muerte y reencarnación. Entonces, en el Budismo, el término Buda es el nombre dado a un individuo que alcanzó la iluminación y fundó una de las corrientes de pensamiento más importantes de Oriente.

En conclusión, el personaje gordo al que llamamos buda, no es realmente  Buda del budismo de la India. Es Hotei (el buda japonés) o Maitreya (el buda que vendrá en el futuro). La confusión de su denominación deriva del nombre dado a un monje de la escuela Zen china Budai, quien vivió en el siglo VI, el cual siempre se mostraba feliz, y por eso obtuvo el nombre de “Buda Sonriente”.

Entonces, si poseo un comercio, un restaurante o un lugar de negocios, ¿cuál buda debo colocar? Perfectamente se puede tener un “buda gordo” que represente la riqueza y la abundancia. Pero también podemos tener un “buda flaco” en algún espacio especial de nuestra casa u oficina para recordar el equilibrio, el ascetismo y la bondad que nos lleva una vida plena y trascendente más allá de lo material.

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